domingo, 21 de abril de 2013

Aprende a hacer lo qu nos conviene

Esta es la segunda parte del reportaje ¿Pero qué le ha pasado nuestra vida?
Recoge Joana Bonet en Generación Paréntesis (Ed. Planeta) la vieja norma medieval según la cual cuando había dudas entre dos acusados por el mismo delito, el juez condenaba al más feo, para subrayar cómo nuestro tiempo parece haber tomado ese criterio como pauta principal de actuación. El atractivo, la belleza y la apariencia se han convertido en una tarjeta de visita que marca nuestra identidad con tanta fortaleza como hizo la profesión en el pasado. El cuerpo pasa a primer plano, tanto en sus aspectos estéticos como en los lúdicos, lo que también nos aporta numerosos elementos positivos. Podemos disfrutar de un mayor número de pequeños placeres, tenemos instrumentos y técnicas a mano que nos permiten estar más guapos que nunca incluso en la edad madura, y podemos sacar un partido sensorial a nuestra vida improbable hace sesenta o setenta años.
La idea general es que cualquiera puede estar delgado y que si no es así la culpa es sólo nuestra Y, sin embargo, y a pesar de las enormes posibilidades, ese nuevo mundo no termina de convencernos, y la relación con el cuerpo es quizá el lugar donde con más insistencia se ponen de manifiesto las contradicciones. Tenemos más comida y más sabrosa que nunca, pero no podemos aprovecharla como nos gustaría, porque arruinaría nuestra identidad: engordaríamos. Hay quien sabe sacar partido a este nuevo contexto (por ejemplo yendo a comer a restaurantes de nueva cocina y quemando el sobrante siguiendo las directrices de su entrenador personal) pero la tendencia general, señala José Luis Moreno Pestaña, es que todo el mundo engorde a medida que su edad avanza. Si no se quiere ganar excesivo peso, hay que poner remedio, en forma de inversión de tiempo, dinero y energía, pero eso no está al alcance de todo el mundo. Por eso es frecuente que muchos hombres y mujeres de mediana edad tengan kilos de más, y se encuentren con que su apariencia no es exactamente la que les gustaría.
Como siempre, por otra parte. La única diferencia es que hoy eso resulta particularmente desagradable, porque lo vivimos desde la culpa. Como señala Moreno Pestaña, la idea general es que cualquiera puede estar delgado y que, si no es así, es porque no quiere”. Tenemos interiorizada la exigencia general de mostrar una buena apariencia y, cuando no es así, nuestra autoestima disminuye notablemente, como si el razonamiento pasara por la siguiente secuencia: “soy feo/a, soy culpable, valgo poco”. “No hay más que ver”, afirma Moreno Pestaña, qué ocurre cuando la gente de clase media y de clase trabajadora se junta en actos sociales y celebraciones. “Lo primero que comentan es algo acerca de si los demás han engordado”.
La consideración social que merecemos ha cambiado sus fuentes de valoración. En el pasado, las suegras estaban encantadas de que sus yernos fuesen “muy trabajadores”. Hoy eso les importa mucho menos: los motivos de orgullo no están relacionados con ser buena persona, con respetar las normas o con ser alguien decente, sino con tener un buen puesto de trabajo o ganar mucho dinero. Hoy importa mucho menos el ser como dios manda que el haber triunfado. Tenemos que mostrarnos envidiables a los ojos de los demás y no sólo en lo que se refiere a nuestra delgadez. Porque hemos interiorizado que hoy cualquiera puede triunfar y que si no lo conseguimos, es porque no nos da la gana o porque somos unos inútiles. "Vivimos en un mundo en el que la idea imperante es que todo es posible para quien tenga iniciativa y talento", asegura Moreno Pestaña, "con lo cual, si no tienes lo que quieres es por tu culpa".

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